El noble cuando su generosidad ha sido pagada con ingratitud, no guarda rencor, sólo desprecia.

Conferencia en la Feria del Libro

Buenos Aires, Abril del 2012.

Primera parte, Nuestra situación.

Mi incursión en la historia lleva el mismo propósito fundamental que el resto de mi obra: integrar y expandir la conciencia. Lejos, pues, de la estéril tarea de memorizar hechos pretéritos, consiste en rescatar el ejemplo de los individuos y pueblos que supieron realizar esta tarea.

Es verdad que desde hace unos 150 años ha sabido el hombre cambiar sus circunstancias, pero éstas son inmediatas y prácticas, en el sentido de que atienden a sus necesidades primarias.

Las otras necesidades y circunstancias, las mediatas y espirituales, no han cambiado. El hombre se encuentra y ha de encontrar en un espacio y tiempo infinitos, dentro de los cuales con su diminuto tamaño y brevísimo lapso de vida, debe resolver qué hacer. La muerte lo acecha desde que tiene conciencia de su existencia, y después de ella el panorama se le presenta tan incierto como lo que está allende el espacio y el tiempo.

En esto estamos igual que en los albores del homo sapiens; desde entonces cada uno debe conformar su conciencia de acuerdo a esos límites, especie de círculo mágico que lo separa de lo Trascendente, sobre el que también tendrá que hacerse una idea.

Lo lógico sería que el ser humano actual tuviese una idea más clara de estas circunstancias mediatas y mejor resueltas sus necesidades espirituales, pero no es así, no ha hecho más que confirmar la infinitud del espacio y comprueba que el tiempo sigue su marcha implacable; esto ha producido desesperación, angustia y hasta náuseas en algunos pensadores.

La religión que se impuso en Occidente, después de desviar el curso natural de la historia de Occidente, no ha sabido llenar ese vacío, responder a sus necesidades espirituales.

La filosofía misma ha perdido su rumbo y anda extraviada en una espesa maleza de razonamientos estériles. Es uno de mis propósitos volver a encarrilar la filosofía en la vida y la vida en la filosofía. Ya mi primer libro, hace unos veinte años, incitaba a un Retorno a las Fuentes.

Ante esta situación ha cundido el escepticismo entre la gente culta en general, que ha terminado por desertar y vuelto su interés por sus necesidades inmediatas. Esto ha producido un indiscutible progreso material, pero, no diría un retroceso espiritual, pues esto sería si volviera, como en la Reforma, sobre esquemas obsoletos, pero sí un alejamiento o, como prefiero expresarlo, una alienación respecto de la realidad espiritual. Alienación porque esta realidad sigue siendo parte de su propia conciencia.

Por ello he definido el materialismo como el resultado de un proceso de alienación.

El escepticismo respecto a una realidad trascendente, en factores unitivos que le den unidad y coherencia a la Naturaleza y sentido a la vida, ha hecho que el hombre se replegara en sí mismo y se encerrara en su individualidad.

Como respuesta al individualismo surgió el socialismo. Aunque fundado en doctrinas muy deficientes desde el punto de vista filosófico, histórico y psicológico, ha contribuido a restablecer la conciencia social; al menos en Europa. Esta conciencia social, otro gran descubrimiento helénico, que es un estadio necesario en el proceso civilizatorio, aún no ha despertado en los pueblos Latino Americanos; la desarticulación crónica de estos países puede atribuirse a ello.

Aun así todavía está el occidental muy lejos de superar su perspectiva individual o egocéntrica. Y es desde ésta que ha decidido transformar la Naturaleza en nombre de un supuesto «progreso indefinido», sin definir el destino de esta empresa y sin reparar en los daños que pueda causar. En este caso el fin justifica los medios, pero no se sabe cuál es el fin. Es el progreso por el progreso, que hace una suma de medios sin fin.

Dentro de este proceso se desarrolla la vida moderna, en la que el hombre ha expandido su poder pero no su conciencia. De modo que ha crecido el hormiguero humano y el hombre ha quedado encerrado dentro de él, y son cada vez más raros los que sacan la cabeza del hormiguero para contemplar y reflexionar sobre el infinito o lo trascendente.

No me detendré aquí sobre este asunto, lo que nos llevaría a reflexiones metafísicas, de las que ya me he ocupado con la extensión que se merecen en mis tratados. Me parece más oportuno, por el lugar en el que estoy hablando, decir algunas palabras sobre cultura y educación.

Segunda parte, Cultura y educación.

Dado lo expresado el planteo puede resumirse así: ¿Está la educación dirigida a expandir nuestra conciencia, o a limitarnos a esta realidad doméstica que nos encierra cada vez más en nuestra especialidad, a soterrarnos progresivamente en el hormiguero humano, a perpetuar el primitivo estadio de supervivencia?

Tenemos en la actualidad, es cierto, un alcance sin precedentes en información, esta Feria es prueba de ello, pero también lo es que debemos, más que nunca, desarrollar un criterio selectivo, que estará determinado por los fines. Si hemos perdido de vista los fines, ¿por dónde empezar, cómo seleccionar?

No son muchos los temas sobre los que debemos reflexionar para lo que nos es decisivo en la vida.

La conciencia del hombre no se engrandece por la cantidad de conocimiento, sino por la calidad de su entendimiento.

La historia misma de la filosofía ha gravitado siempre sobre los mismos temas esenciales. Por ello creo que la filosofía, bien dirigida, puede ser un aporte significativo en estos tiempos de desconcierto.

Si nos servimos, por ejemplo, de la Filosofía de la Historia (véase El Espíritu en la Historia) descubriremos períodos de apogeo y de decadencia de cuyas características podemos extraer valiosas enseñanzas.

Descubrimos en ellos una confrontación entre la libertad del individuo y la cultura, problema que se agudiza en épocas de decadencia, como la actual. En épocas descendentes priva la libertad personal con prescindencia de la cultura, en las ascendentes se entiende la cultura misma como uno de los medios más eficaces hacia la libertad.

En el primer caso se trata de una libertad egoísta, caprichosa, anárquica y, como consecuencia caótica, en el segundo se entiende a la cultura como la expresión más elevada de una civilización.

La clave para este asunto de la educación la había dado Schiller en una carta al duque de Weimar: «Al pueblo hay que darle lo que necesita, no lo que quiere».

Esto no es lo que está pasando. Estamos asistiendo a lo que he llamado proceso de inversión de la cultura, por el cual la cultura, dejando de cumplir su papel, se adapta a los gustos y valores populares, lo que la desvirtúa en lo más esencial, creando una pseudo-cultura popular.

Este proceso no es generado sólo por las masas, pues éstas, como ya lo había señalado Ortega, no son creativas, sino que es incentivado por mercaderes y oportunistas que tienen acceso a los medios de difusión de la cultura, cosa que no ocurría en tiempos de Schiller.

Al decaer el espíritu y arrastrarse así la cultura el proceso de decadencia está en marcha. Y se establece cuando la gente culta cede y se adapta a los gustos masivos; como ocurre hoy con la música pop (que es abreviatura de popular en inglés). Este signo de decadencia ya había sido advertido por Toynbee.

El problema de la educación se agudiza en tiempos de decadencia como la actual. La confrontación tiene lugar entre la libertad del individuo y la cultura. En épocas descendentes priva la libertad con prescindencia de la cultura, en épocas ascendentes se entiende la cultura misma como el medio más eficaz hacia la libertad.

En este caso no es una libertad egoísta, caprichosa, anárquica y, como consecuencia, caótica, sino que busca por medio de la cultura entendida en un sentido amplio, la mejor y mayor expresión humana.

No es que en las épocas de decadencia el hombre quiere generar el caos, sino que pierde de vista las instancias superiores, es como si el espíritu lo abandonara y lo dejara en tierra sin posibilidades de volar; entonces se aplica a las cosas terrenales con ingenua naturalidad, pues no lo decide como fruto de una elección, sino de una alienación.

De modo que los asuntos del espíritu quedan marginados, olvidados, descuidados en la vida social, en la misma educación. Esta queda así reducida a los aspectos prácticos de la vida. Cada uno atiende a sus necesidades inmediatas, está encerrado en su especialidad; la política y la economía, en el mejor de los casos, están dirigidas a producir más medios, y la cultura también se entiende en un sentido restringido, como medio práctico, así, por ejemplo, como medio de vida.

Lo que observamos de común en todos estos quehaceres es la falta de fines, de objetivos mediatos.

Encerrados en nuestra perspectiva individual estamos esperando que los aparatos nos den una dimensión más grande, mientras nosotros, en lo esencial, permanecemos los mismos. Los aparatos son también medios que dirigidos hacia la supervivencia, además de perpetuar las guerras, se convierten en una serie amenazas para todos los seres vivientes.

Nuestra propuesta es un cambio intrínseco en el hombre por medio de tomas de conciencia que generen una perspectiva más elevada que nos abra un horizonte más amplio; tomas de conciencia que nos muestren la necesidad de renovar los pobres valores que nos motivan en la actualidad, que nos prometen una felicidad que se puede comprar y que se desvanece siempre como un espejismo. Es menester despertar para salir de esta pesadilla doméstica.

Valores enaltecedores deben sustentar la cultura, altos paradigmas deben dirigir nuestro quehacer.

En la historia encontramos individuos y sociedades que han vivido de acuerdo a estos paradigmas. De ellos podemos aprender y de acuerdo a ello asumir nuestra responsabilidad, pues en el presente estamos haciendo historia.

Toda persona consciente y responsable debe cooperar en el proyecto de hacer alcanzar al hombre su plenitud, su dimensión universal.

Más allá de lo que pueda decir el filósofo de la historia sobre los procesos culturales el general, está aquello que suele no mencionarse pero que subyace todas las acciones del hombre y las determina: sus eternos vicios, la codicia, los celos, la envidia, etc., que son los que constantemente van frustrando todo intento civilizatorio. Mientras arrastremos estos vicios será muy difícil el entendimiento entre los hombres, y el esperado cambio intrínseco que permitiría a la humanidad saltar a un estadio superior se verá postergado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Comentarios recientes