Somos lo que vivimos, no las ideas que tenemos de nosotros.
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Bihar, India, Enero del 2018.
Quisiera agradecer a los organizadores de este Congreso por haber tenido la gentileza de invitarme a participar en él. Esta tarea de hacer revivir la Universidad de Nalanda, que implica el proyecto de integración del Dhamma y el Dharma, me parece muy acertado para la historia de esta civilización y puede ser un paso decisivo en la historia de la humanidad. Se comprenderá mi orgullo de contribuir, en alguna medida, en este inmenso proyecto.
Si el tiempo y los dioses me lo permiten he de realizar un trabajo más extenso sobre este tema que haré llegar eventualmente a esta Universidad. Afortunadamente parte de mi obra ha sido traducida al inglés y publicada en India; eso puede proveerles mayor información sobre mi pensamiento. Por el momento sólo puedo ofrecerles esta breve disertación. Para ésta he considerado indispensable abordar cuatro temas:
La integración del budismo y el hinduismo no sólo es factible sino que en lo fundamental ya está dada. Desde el punto de vista filosófico, esto es, en su esencia, coinciden y se superponen. Esto no debe extrañar pues históricamente ha habido entre ellos una permanente interacción.
Uno de los puntos en el que aparentemente difieren el budismo y el hinduismo, es el concepto de Atman como un Dios personal. Sin embargo de las seis escuelas aceptadas como ortodoxas en el hinduismo, tres de ellas, la Mimansa, la Shankya y la Yoga, no aceptan la existencia de un Dios. Patanjali habla de Isvara, es cierto, pero se refiere a él como un objeto de concentración de la mente, una concepción enteramente pragmática gobierna el sistema de Patanjali, said Radhakrishna. Sabemos que todo su sistema tiene como base la filosofía Shamkya que prescinde de esta idea. La concepción de Dios en Patanjali, no es dogmática sino pragmática. Es como una hipótesis de trabajo, una idea útil al modo de Kant. Patajali apunta, como el budismo, a la experiencia y no a la creencia.
A mi modo de ver es ésta la manera correcta de encarar el problema para evitar controversias: la subordinación de la creencia a la experiencia, pues sólo esta tiene la certitud de la existencia de lo Trascendente. Mientras que cuando se busca la certitud por medio de la creencia, esto es, por la fe, se cae inevitablemente en el dogmatismo, que inclina a la intolerancia. La tolerancia que comparten el budismo y el hinduismo, que es un rasgo característico de estas tradiciones, es una consecuencia de sus fundamentos enraizados en la experiencia, y esta experiencia es la misma, la Unidad en Brahman, o en la Naturaleza del Buddha.
Las diferencias, las disputas, y la intolerancia se derivan de la creencia, el peligro está en la fe, que toma un medio como un fin y antepone la creencia a la experiencia. Hay un peligro latente en el Bhakty Yoga si se sale de los límites establecidos por Patanjali.
El budismo, creo yo, prefiere evitar el concepto de Atman con el objeto de que el aspirante no se haga una idea y se quede en el plano de las creencias. Creo que utiliza este recurso, con la perspicacia psicológica que lo caracteriza, como un medio eficaz para transportar el espíritu directamente a la experiencia de la Conciencia del Buddha, que corresponde al concepto de Brahman de los Upanishads, y al concepto de Conciencia universal que es el que utilizo en mi filosofía.
Es decir que el budismo prescinde del concepto de Atman, pero el Mahayana habla una Mente cósmica, y del Dharmakaya, que me parece la idea más acertada, elevada y sublime que haya creado la inteligencia humana.
Otro punto en común que tienen el budismo y el hinduismo son las técnicas espirituales, que si bien tienen el mismo objetivo que las doctrinas y pueden ser complementadas por éstas, no son una religión ellas mismas, sino prácticas tendentes a la experiencia espiritual. Tal es el caso del Yogacara, escuela fundamental del Mahayana. El yoga en sí no es una religión y tampoco lo es el Ch’an o Zen. Y la experiencia a la que tienden es la misma: Samadhi y Satori son lo mismo. Es decir que si hubiera diferencias doctrinales, que en mi conocimiento no las hay, en las técnicas coinciden en la práctica y en el objetivo.
Por todas estas razones podemos concluir que desde el punto de vista filosófico no hay diferencias esenciales entre el Dhamma y el Dharma, y de hecho, la coexistencia pacífica que han mantenido durante siglos es una prueba de su hermandad.
El segundo tema que quería desarrollar es: La relación entre el Dharma, el Dhamma y la cultura helénica.
Tres grandes civilizaciones ha producido el ser humano: la china, la índica y la occidental. Al presente nos conciernan las raíces comunes de estas dos últimas, es decir, la civilización indo-europea. La civilización indica está fundada e inspirada en el Dharma y en el Dhamma, son estas doctrinas o tradiciones las que han hecho posible esta civilización. La civilización occidental está fundada en inspirada en la cultura helénica, es decir, greco-romana; es esta tradición la que ha hecho posible la civilización occidental.
Estas dos civilizaciones la indica y la helénica han sufrido invasiones de otras culturas que han modificado en mayor o menor grado su tradición. A pesar de las numerosas invasiones que ha tenido India, ha sabido conservar gracias al Dharma y al Dhamma, su tradición; por lo que puede decirse que esta cultura ha podido seguir una evolución natural.
La civilización occidental no ha seguido una evolución natural: la caída del imperio romano y el advenimiento del cristianismo, que hizo lo posible por erradicar la tradición helénica, cuyo ejemplo más notable fue la quema de la biblioteca de Alejandría, que contenía más de medio millón de textos acumulados de la cultura helénica, significó una gran ruptura en esa civilización. No obstante Occidente no ha podido prescindir de la tradición helénica, ésta ha sido siempre una referencia inevitable para la filosofía, las ciencias, las artes, la literatura y la cultura en general.
Es entonces que la civilización occidental toma una dirección diferente a la de la India. La caída de Roma coincide con la época Gupta, que inicia un largo periodo de florecimiento que dura hasta las invasiones mongolas. Es decir que la Edad Media en Occidente, llamada así porque se extiende entre dos épocas de apogeo, la caída de Roma y el Renacimiento, nada tiene que ver con la India. Lo que se ha llamado con razón las épocas obscuras en Occidente correspondería con una época luminosa en India.
El Renacimiento en Occidente lo fue del espíritu helénico, pero muchos siglos habían pasado, mucho se había recorrido en dirección equivocada; el occidental ya no se pudo retomar el camino inicial, estaba alienado y sigue estándolo.
Está alienado de la visión universal que tenían los griegos. Pero en el fondo de su corazón el occidental añora esa percepción integral, esa Conciencia universal. En Grecia el mundo estaba poblado de dioses, el Espíritu estaba presente en toda la Naturaleza. El mismo espíritu encontramos en los Vedas: “El amor por los árboles, el amor por las montañas, el amor por los ríos, el amor por el mar.” Pues bien, esa visión integradora, esa Conciencia universal que el occidental ha perdido, que no puede alcanzar porque no puede tener la experiencia vital necesaria para ello, la poseen el Dharma y el Dhamma. En los países budistas e hinduistas el occidental puede ver y experimentar esa unidad de conciencia.
Los mitos, que quedaron dormidos en Grecia, en Asia están despiertos, y en ningún lugar más vivos que en India. En el mito cristiano Dios crea de la nada un mundo distinto de él, y después le otorga un alma sólo a los seres humanos. Esto sólo es suficiente para desintegrar al hombre del resto de los seres vivientes. En el mito hindú, Brahman crea un mundo a partir de él mismo, por lo que todos los seres están animados, todos participan del mismo Espíritu, de la misma Alma universal. El Dharmakaya, por su parte, anima e inspira a todos los seres vivientes.
Es una realidad que somos indo-europeos; y esta realidad no es sólo lingüística. La verdad es que cuanto más estudiamos este particular más descubrimos nuestras raíces comunes. Los textos más antiguos que fueron transmitidos por vía oral y más tarde escritos, en la épica en particular, no sólo encontramos hechos comunes, sino, lo que es más decisivo, un mismo espíritu.
La aspiración de ser como los dioses, de devenir tan perfectos como ellos, es el motor mismo del griego de la época heroica que canta Homero. Los más destacados héroes eran hijos de dioses y algunos llegaron a ser admitidos en el Olimpo. No eran estos recursos literarios para entretener al auditor o el lector, eran producto de un vehemente deseo, de un impulso vital de perfección que los empujaba a ser como los dioses. Estos héroes eran admirados por el público porque eran ejemplares, el pueblo quería también participar de esa naturaleza divina. La épica también ha sido un elemento de educación decisivo en la India. Aquí también los dioses participaban de este proyecto de trascendencia del ser humano, los héroes eran también descendientes de dioses y a veces los dioses mismos.
Los arios védicos, como los griegos no mostraron mucho interés en el futuro del alma. Como lo griegos la vida para ellos era luminosa y alegre. La plenitud de vida debía ser alcanzada en esta vida y no después de la muerte. En ningún caso deseaban la muerte sino una larga vida. Por ello, como los griegos, no tenían una doctrina especial sobre la vida después de la muerte. Y es esta actitud vital la que ha determinado un principio vital del Dhamma y del Dharma: la plenitud de la vida, la liberación debe ser alcanzada en vida (jivanmukta), no después de la muerte. Los griegos también participaban de la creencia en la reencarnación.
La épica en Grecia corresponde a lo que se ha llamado período heroico. El período clásico, de apogeo, tiene lugar siglos más tarde. En éste, como en India, siempre teniendo a los dioses como paradigma, el griego dirige sus ideales de perfección hacia otras ramas del saber, como las artes y la filosofía.
La diferencia entre griegos e hindúes lo establece el gran descubrimiento de éstos: el yoga. El camino de perfección, el modo más efectivo de asimilarse a los dioses, es por medio del yoga. En la épica hindú los que han logrado los poderes de los dioses, han sido los que ha puesto en práctica las técnicas yogas, hay algunos que han devenido tan poderosos que pueden competir con los dioses. Y estas prácticas están aún vigentes en India.
En conclusión: los ilustrados occidentales que desde siempre han recurrido al pasado griego para encontrar su inspiración, pueden encontrarla en el presente en el Dhamma y en el Dharma. No necesitan seguir excavando entre las ruinas griegas y romanas, pueden encontrarla aquí en Nalanda.
3er Tema: De la comprensión del Dhamma y el Dharma
Un tema que ha suscitado incontables malos entendidos en ambas doctrinas, es el de la irrealidad del mundo visible como consecuencia del concepto budista de sunyata o vacío, traducido erróneamente en Occidente como la nada, y el concepto hinduista de maya traducido como “ilusión.” Si interpretamos correctamente estas doctrinas, no caeremos en el extremo de negar esta realidad concreta, lo que nos llevaría al absurdo de creer que simplemente los que estamos aquí presentes, no estamos, y que estamos hablando sobre asuntos vacíos e inexistentes. Y esto ocurre si seguimos la lógica de Nagarjuna y de Shankara al pié de la letra, que son, precisamente, los expositores más lógicos de estas doctrinas.
No es inusual que en la tarea de filosofar el filósofo quede presa de sus conceptos. Para escapar esa trampa el lector debe anteponer el sentido común a la lógica. Shankara no tiene ningún reparo en decir: “Todo lo que ves es irreal.” “No hay diferencia entre el estado de despierto y el sueño.” “Maya crea todo, el cuerpo, los sentidos, el prana y el ego; todo es irreal.” Y la idea fundamental la extrae del Dhammapada: “Todo lo que vemos es creación de la mente.” (Vivekacudamani). Esto no debe sorprendernos pues Shankara es hijo del budismo y nieto de hinduismo; por eso utiliza una y otra vez ideas y conceptos budistas.
Pero una cosa es interpretar la realidad erróneamente, y otra es crear la realidad. No podemos seguir hablando en estos términos. Debemos salir de la maraña de estos conceptos. No podemos decirle a las ciencias modernas (hoy capaces de dividir los átomos), que no saben lo que es esta realidad. Pero sí podemos decirles que están mirando desde una perspectiva errónea; es por ello el uso incorrecto que hacen de ellas. Es aquí que reside el problema, que las ciencias usan una perspectiva homo y ego céntrica e ignoran la perspectiva esencial o universal de que se sirven los Sutras y los Upanishads. Por ello, en lugar de hablar de irrealidad, que es un extremo, he preferido hablar de perspectivas que van transformando la interpretación de la realidad.
No sólo varios filósofos occidentales han interpretado que el Dharma y el Dhamma niegan la realidad visible. Los hermanos Asanga y Vasubandu, de la escuela de Yogacara acusaban a Nagarjuna de nihilista. Sri Aurobindo, hace menos de un siglo, equiparaba al budismo y al Vedanta de Shankara, y los acusaba de lo mismo en los capítulos que les dedica llamados La Ilusión Cósmica. El asunto, pues, es de extrema importancia y debe ser aclarado.
A mi modo de ver, fundado en mi experiencia, el asunto se resuelve si vemos con claridad el paisaje y lo explicamos con una terminología precisa. Lamentablemente el tiempo de que dispongo aquí no me permite explayarme sobre este tema, pero en resumidas cuentas es así:
Cuando el espíritu humano trasciende su individualidad y las categorías de tiempo y espacio, el mundo es como absorbido, por así decirlo, por el Absoluto, que es Inmutable. Pero la naturaleza humana le impide al espíritu permanecer en ese estado intemporal. La Vida misma, el impulso vital que anima el Universus, lo devuelve a la vida. Pero entonces el contraste con lo Inmutable es dramático, lo mutable se le representa vertiginoso, lo viviente como inestable, el Mundo, como un sueño. Y aquí tenemos el origen del extraño lenguaje usado por los místicos: la realidad como Maya, como ilusoria, como irreal.
Sea como sea, después de estas ascensiones y descensos, el espíritu se encuentra viviendo en esta realidad cambiante, dentro de esta naturaleza, y ésta es la condición humana que debemos aceptar, si bien no como absoluta, sino como es, relativa inestable y perecedera; y, sobre todo, como una manifestación del Absoluto.
Y ésta es la esencial diferencia de quien ha podido trascender su individualidad: que ha tenido lugar en su espíritu hubo una transformación y ha ganado otra perspectiva, que he llamado esencial. De modo que vuelve sobre su individualidad, pero ya no tiene una perspectiva individual, en la egocéntrica, sino universal. Ha adquirido la conciencia universal, y actúa de acuerdo al orden moral universal, de acuerdo al Dharmakaya, al Atman. Como correctamente dice Shankara: “permanence como un testigo de toda transformación, conoce la bendición del Nirvana.” El Dharma y el Dhamma se inspiran en esta conciencia universal y por ello tienden hacia ella y educan al ser humano a alcanzar dicha perspectiva esencial.
Y esto nos lleva al cuarto tema que quería tratar: La dificultad de insertar el Dhamma y el Dharma en la sociedad actual.
Todos los Sutras budistas y los Upanishads están escritos desde la perspectiva del Absoluto, por lo que son comprensibles sólo para los que poseen un elevado nivel de conciencia que les permite intuir lo Trascendente. Para el resto, la inmensa mayoría de los seres humanos, este lenguaje es ininteligible, simplemente no saben de qué están hablando.
En períodos de apogeo espiritual el número de la gente de espíritu es más elevado, en períodos de perigeo espiritual, como la actual, esos textos sagrados no llegan nunca al entendimiento del gran público. Para éste Sat-Sit-Ananda, no quiere decir nada: su conocimiento es vana información, su existencia es la cotidiana, y la felicidad la busca en la adquisición de cosas y en el aumento del confort.
El ser humano, en particular en Occidente, ha sufrido un largo y constante proceso de alienación de la Esencia de la vida. Todo el materialismo, incluida su filosofía, es resultado de dicha alienación.
Hace siglos que el hombre ha superado sus necesidades primarias, pero en su mente todavía no ha superado el estadio de supervivencia; por ello insiste obsesivamente en su seguridad y en la adquisición constante de cosas. La sociedad de consumo, por su parte, estimula esa mentalidad y lo mantiene en ese estadio. Así también el crecimiento constante de población genera permanentemente nuevas necesidades, por lo que tiende a perpetuar el estadio de supervivencia, que es un estadio elemental y primitivo en la evolución del ser humano. Aquellos que no son conscientes de su alienación, y no han superado su estadio de supervivencia, no tienen posibilidad alguna de comprender, y mucho menos de practicar, el Dhamma y el Dharma.
Me parece de absoluta necesidad dejar claro de una vez para siempre que el Dharma y el Dhamma no niegan la existencia de esta realidad espacio temporal, de lo contrario no hay ninguna posibilidad de su inserción en la sociedad actual. Es indispensable que no sean vistos como una negación de la vida, sino como proyectos hacia la plenitud de la vida como paradigmas eternos para la acción del hombre.
Creo que el Dhamma y el Dharma se encuentran con una enorme corriente contraria, por lo que ha de ser una tarea sobrehumana, heroica, insertarlos en la sociedad actual. No obstante, prometo hacer todo lo posible para que esta aspiración se haga realidad, porque creo que puede ser un paso decisivo en la historia de la humanidad si estas dos fuerzas universales pueden empujar juntas La Rueda de la Vida.