Los ideales son la sangre de la vida; sin ellos, cuanto más, somos bichos de sangre fría.
Inicio » El Triunfo de las Masas y Roger Scruton
No son los ingleses muy propensos a vuelos metafísicos, pero tienen la virtud del sentido común que saben exponer con claridad y erudición, por lo que suelen producir oportunamente pensadores que aparecen como faros cuando reina la obscuridad; tal es el caso de Aldous Huxley durante la crisis del siglo pasado y el de Roger Scruton en la crisis actual. Mi sorpresa ha sido encontrar un filósofo coetáneo hablando del mismo tema que me ha llevado a escribir mi último libro El Triunfo de las Masas; se comprenderá mi alegría y alivio al saber que no estoy solo nadando en contra de la actual corriente contracultural. Lamentablemente, he venido a conocer este autor después de haber terminado mi obra poco después de su fallecimiento. No obstante este destiempo, veo la necesidad de comentar su pensamiento, no con la intención de agotarlo en un resumen, sino de destacar su importancia e inducir al lector a considerarlo seriamente.
La similitud fundamental que encuentro con su obra es que advierte el cambio que ha sufrido la mentalidad contemporánea, las causas del mismo, y la necesidad del reconocimiento de los valores que han sustentado y edificado nuestra cultura, que hoy son cuestionados sistemáticamente sin ofrecer nuevos valores sustentables, lejos de ello, las propuestas, como ya lo he señalado, no son más que protestas. A este estado mental y social Scruton lo llama acertadamente relativismo moral, que es consecuencia, a mi entender, del subjetivismo e igualitarismo dominante, de la inserción y vigencia del espíritu de las masas y de la subcultura que estimula y genera. Con justo criterio sostiene Scruton que hay valores universales que se han olvidado y que debemos rescatar. Coincide, además, con aspectos decisivos de mi obra, como la exaltación de las virtudes, el reconocimiento del mérito (como sostengo en Las Raíces de la Moral) y la necesidad de la contemplación estética.
La crítica que hace del marxismo me parece correcta en su totalidad, pues descubre las raíces psicológicas que inspiraban a Marx, en particular el resentimiento, que resulta contagioso en el proletariado, y destaca la importancia del daño individual y social que ha generado el rechazo y hasta el olvido de las humanidades y de las ciencias del espíritu en general, por medio del adoctrinamiento que se ha insertado en los medios y hasta en las universidades.
Por los temas que abarca, su obra me parece enteramente complementaria a El Triunfo de las Masas, así como a Las Raíces del Arte, pues Scruton es también un crítico severo del arte contemporáneo; y tiene numerosas buenas razones para hacerlo. Por cierto, Scruton no es sólo un complemento a mi obra, tiene su propia visión y un modo particular de expresarla. Por ejemplo, mi obra apunta más a cambiar al ser humano que las ideologías, la suya, a revisar y criticar a estas. Pero lleva el mismo propósito: el sacarnos de este equívoco cultural en el que nos ha sumido el materialismo, no sólo el marxista, al que cala profundamente, sino también en el comercio sin escrúpulos, para los que ofrece soluciones factibles, y sus derivados, que llama la nueva izquierda.
Para mi propósito, sobre Marx y el materialismo me he extendido suficientemente, y algo he dicho sobre estos derivados, pero Scruton ha tenido la paciencia (que yo no he tenido,) de hacer un comentario crítico exhaustivo de estos, incluyendo lo que se ha denominado postmodernismo, neo estructuralismo, feminismo, woke y otros extravíos contemporáneos, que, si bien carecen de valores intrínsecos, merecen un comentario por la repercusión que han tenido y, consecuentemente, por su contribución al desconcierto general. Así lo comprendió Scruton cuyos comentarios, que incluyen su crítica a Foucault y Derrida, me parecen acertadísimos. No deja de ser sintomático y revelador que a estos postmodernistas les tenga sin cuidado la Naturaleza y que la Belleza no les inquiete, pues están alienados de su propio Ser y Esencia; soterrados en el hormiguero humano no ven más que problemáticas mundanas que encierran en determinismos parciales que se pretenden universales. Pero lo que más asombra es la aceptación pública que han tenido, lo que nos hace pensar que la alienación es general. Estos nuevos modernistas pretenden haber superado el existencialismo, pero caen aun más profundo en el error más grave de esta filosofía: el individualismo y aun en el subjetivismo, desde el cual todo se torna relativo, y todos los valores quedan relativizados. Dicho de otro modo, toda moral es cuestionada o excluida, lo que genera un ambiente de revolución constante que es altamente perjudicial para el individuo y la sociedad. Esto es consecuencia de una carencia fundamental: estos relativistas no han tenido la experiencia de una Unidad fundamental, que es la que gobierna el pensamiento de Scruton y de todo filósofo propiamente dicho.
El consumismo ha llegado a la extravagancia de consumir ideologías por el sólo hecho de ser nuevas. Y esto coincide también con un fenómeno que no he dejado de expresar: la prioridad que se le otorga en estos tiempos a las ideologías sobre el sentido común, quiero decir, sobre lo que nos es más íntimo, decisivo y humano, no importa el número de víctimas, como si se tratara de dogmas religiosos, se justifican sus graves desvaríos; y hasta se las acepta como filosofías, aunque instiguen a la violencia. Todas las ideologías contienen, es cierto, verdades parciales, pero sorprende el carácter de absolutas que adquieren, como si explicaran toda la realidad actual; pero sorprende que se las tome como concepciones definitivas y se las aplique con fanatismo. Un espíritu enfermo subyace estas actitudes, un des conformismo interno hace que nada le sacie.
Scruton es un esteta de alma y de profesión, y es en su inspiración estética que alcanza su mayor altura. Si bien no se aventura a entrar de pleno en terreno metafísico, en su ámbito estético se respira una atmósfera religiosa. Percibe que El Alma del Mundo expresa lo Sagrado en la Naturaleza; la Belleza nos proyecta hacia una realidad trascendente; Bach le revela un Orden estético universal, y llega a afirmar, como Schelling, que en el arte el sujeto y el objeto encuentran su Unidad. Su estética, y puede decirse su religión, están, con toda evidencia, impregnadas del magnífico espíritu romántico que es, precisamente y muy lamentablemente, el que la sociedad actual ha perdido.
En toda su obra no cesa Scruton de hacer hincapié en el arte y la arquitectura. No extraña que contemple con melancolía cómo se ha perdido la estética en general y en las viviendas en particular, con lo que acuerdo enteramente, pues asigno tanta importancia como él a este fenómeno. Sin embargo, debemos conceder que el lado trágico del asunto reside en su inevitabilidad. En efecto, sólo durante el período de su existencia la población mundial creció más de mil millones; el resultado es insoslayable: lo funcional se torna una necesidad, los edificios colmena se presentan como una solución. No los justifico, sólo señalo que el asunto no es sólo de orden estético sino también debido al descontrol poblacional. Tomando como referencia a Le Corbusier, Scruton destaca lo fundamental de asunto: el espíritu funcional se ha impuesto en el último siglo sobre el espíritu estético. Las consecuencias, señala con agudeza, no son sólo externas, sino que atentan contra nuestro instinto y necesidad de belleza, esto es, contra nuestra humanidad (en Las Raíces del Arte trato también este asunto). Sobre la deshumanización en todos los órdenes, que se manifiesta como el olvido de las humanidades en la educación occidental, no he dejado de insistir, pero Scruton entra en detalles que aclaran el panorama cultural de nuestros tiempos.
Encuentro dos fallas en su concepción general, que debo destacar, dejando en claro previamente, que de ningún modo considero que estas fallas invalidan su obra, son sólo observaciones de orden filosófico que, una vez tenidas en cuenta, rectifican y complementan su visión: En primer lugar, su perspectiva es decididamente occidental, es desde nuestra cultura que mira al mundo, la historia, su evolución, la actualidad y los autores que comenta. Pero como su visión y sus comentarios son, en general, correctos, podemos perdonarle este error por omisión. En segundo lugar, en su sistema observamos un olvido o un descuido que, de no ser destacado y rectificado, su bosquejo de una filosofía de la historia se desmorona. Me valdré de una suposición que me parece suficientemente ilustrativa: Sin mucho esfuerzo para nuestra imaginación, podemos trasladar a Sir Roger Scruton, de Londres a Roma en el siglo IV. Habría, entonces, nacido también en condiciones privilegiadas, sería un patricio, bien educado, y, por cierto, un protector de su tradición con sus valores, su religión, su ética y su cultura en general. Se encontraría entonces en una situación similar: vería a su cultura amenazada por una ideología foránea que es impuesta verticalmente por fuerzas políticas, observaría la destrucción de sus bibliotecas, de sus templos, a los que vería transformados en iglesias, sufriría la prohibición de sus rituales y costumbres en general. Entonces emplearía contra el cristianismo los mismos argumentos que usa contra el marxismo. Y, lo curioso, es que se aplicarían perfectamente a esas circunstancias similares. El cristianismo, en efecto, mostró entonces todas las características de los efectos de las revoluciones que él critica, con razón, tan severamente.
Todo aquello que observa y critica Scruton sobre la intrusión del comunismo en las universidades y en la cultura en general, el adoctrinamiento que sufren jóvenes y niños, lo encontramos también en Roma del siglo III en adelante; de modo que el mismo Scruton no advierte que es un vocero adoctrinado. Nada de esto sorprende para quien no ha sido adoctrinado y ve el comunismo como un renacimiento malogrado del cristianismo; la misma mentalidad semítica, fundamentalista, dogmática, excluyente, intolerante, envidiosa, rencorosa, vuelve a irrumpir en nuestra civilización, causando similares estragos; esa mentalidad tribal, que resulta obsoleta en el mundo cosmopolita actual, vuelve a imponerse.
En conclusión, si Scruton hubiera adoptado la perspectiva de un patricio romano, hubiera advertido que sus argumentos no se sostienen. Ahora, si aceptara a nuestra cultura como greco-romana, que es lo que tengo por acertado e incontrovertible, y reconociera el cristianismo como una ideología foránea que para imponerse tuvo que destruir aquella, que es lo que creían todos los romanos, como lo expresan Plinio, Celso, el emperador Juliano e incontables escritores de la época, y más tarde tantos renacentistas, y después los románticos, como Schiller, Biron, Nietzsche, etc., sus razones se mantendrían válidas. Hubieran sido válidas si el proceso hubiera sido natural y espontáneo, si el cristianismo hubiera seguido un proceso de mímesis voluntario respecto a la cultura helénica; pero no fue así, se llegó hasta la persecución, la tortura y la aniquilación para imponer una ideología muy ajena a nuestra cultura. En El Triunfo de las Masas el lector encontrará la prueba de estos asertos.
Scruton no se define como cristiano, pero en su obsesión por salvar nuestra cultura, llega a decir que el cristianismo había logrado una feliz convergencia entre razón y fe (cristiana). La verdad es que sólo se puede afirmar esto aceptando dogmáticamente la Summa Teológica de Tomás de Aquino, (que es lo que ha hecho la Iglesia) donde con un evidente tour de force se adapta la razón a la fe. Pero los racionalistas no acordaron nunca con este arreglo, las exigencias filosóficas demostraron una y otra vez su incompatibilidad, y Kant terminó por demostrarla de modo irreversible.
Mi crítica al cristianismo no lleva en ningún momento el propósito de contribuir a su destrucción, sino de señalar sus errores para que no sigan repitiéndose. Como ya he explicado en El Triunfo de las Masas, el comunismo es un hijo enfermo (en espíritu) del cristianismo, ´por lo que no sorprende que adopte el error más grave de este: la política impositiva, la destrucción de los valores vigentes y de la civilización en curso. El cristianismo está siendo pagado con la misma moneda que llevó a la caída de la tradición helénica y con ella toda una civilización. Y esto es lo que hay que evitar al presente; por eso lo señalo. No hemos aprendido a lo largo de cuatro milenios que las civilizaciones no se construyen sobre los escombros del pasado, sino edificando donde no se ha construido.
Scruton atribuye este deseo de destrucción a la adopción de ideologías opuestas a la tradición, lo que es correcto, pero hay un factor psíquico en las masas que subyace sus creencias, que es el vacío en el alma debido a la carencia de valores, lo que genera apatía, insatisfacción, rencor y ánimo de protesta, se quiere destruir porque se está destruido, se quiere reventar porque se está reventado; y esto es característico de las épocas de decadencia (véase El Espíritu en la Historia). Y este ánimo enfermo adhiere fácilmente a las ideologías nihilistas.
Con justa percepción Scruton remonta el actual nihilismo cultural a Rousseau, quien, como todos sabemos, opinaba, gratuitamente, que era la cultura la que corrompía nuestra naturaleza originalmente buena, y que impulsó más que nadie a la Revolución Francesa, en particular, precisamente, en su aspecto anarquista que inspiraba a Robespierre y que llevó al terror. Es también en Rousseau que encuentra el origen de la supuesta autenticidad individual que en nuestros tiempos ha devenido una enfermedad contagiosa que ha afectado a multitud de jóvenes que expresan su rebeldía antes de conocer tanto su herencia cultural como a su persona. Pero Scruton pasa por alto a Voltaire, figura capital del siglo XVIII, quien defendía la cultura con ardor, pero que, simultáneamente, mostraba los errores del cristianismo y los horrorosos excesos de la Iglesia, lo que también alentó la Revolución; aunque no era en absoluto su designio.
El problema básico actual, que Scruton no termina por admitir, en nuestra civilización, es el fracaso del cristianismo. La conocida pronunciación de Voltaire, quien ya advertía el fracaso: “Si no hay Dios habría que crearlo,” expresaba su temor de una caída de valores en general; que es lo que aconteció. En efecto, el cristianismo había logrado imponer un monopolio cultural y en su caída progresiva ha ido arrastrando numerosos valores y costumbres, no sólo cristianos, que nuestra cultura había pacientemente ido incorporando, de modo que las masas se han quedado sin paradigmas elevados y, en su lugar, adoptan valores, costumbres e ideologías con la ligereza de las modas, con ánimo de entretenimiento, pues el nihilismo ya está en las almas. La pérdida de la fe en el Dios cristiano ha llevado a la simple adopción del agnosticismo en todo el orden espiritual. En el dogma de la fe, impuesto por la Iglesia, yacía la raíz del problema que llevaría a la caída del árbol religioso en general; pues ahora es común oír: “yo no creo en las religiones”, como si todo consistiera en creer en un Dios, y sin investigar la inmensa cantidad de matices que este concepto implica. En efecto, si, en lugar de la fe dogmática, se hubiera propugnado el conocimiento de lo Trascendente, como propone el budismo, el hinduismo y mi filosofía, no habría sido necesario “crear” un Dios, La Búsqueda de la Conciencia Universal (véase), habría continuado naturalmente, sin imposición, sin acusación, sin lucha, sin castigo, sin revolución; y los valores trascendentes hubieran continuado nutriendo la mente y los corazones.
Tal vez Scruton temía que la caída del cristianismo llevara al colapso de nuestra civilización, por ello insistía en su conservación; pero este temor, que seguramente muchos contemporáneos comparten, es infundado. El Renacimiento comprobó que los cimientos de nuestra civilización se hallaban en la tradición greco-romana, y lo demostró actualizándolos, construyendo sobre esos cimientos. En el Romanticismo se repite este fenómeno de actualización y construcción. Había dicho más adelante que lamentablemente Occidente había perdido el espíritu romántico, y con razón: el Romanticismo había alcanzado la ansiada unión de Espíritu y Naturaleza, y es con la falta de percepción de esa Realidad que comienza la decadencia de Occidente. No se trataba de otra ideología sino de un nivel de consciencia que se perdió con la fe que se volcó en la industria, en la producción de bienes, en la economía, en el materialismo. La tarea es, pues, recuperar ese nivel de consciencia, y desde allí dar el último salto hacia lo Trascendente, hacia la realización de nuestro Destino. Mi filosofía ofrece los medios para ese fin.
En conclusión: Así como el pensamiento de Scruton se me representa como un valioso complemento a mi obra, creo que esta, a su vez, puede serlo de la suya agregándole como fundamento un sistema filosófico cuyas raíces trascendentes intuye, pero que no ha desarrollado. Pero el incuestionable valor de este pensador británico, sobre esto debemos insistir, es que en esta época de desilusión, y consiguiente disolución, en la que los intelectuales se han propuesto descartar todo lo establecido, él rescata, mientras aquellos destruyen, él construye, ante esta avidez de novedades, él nos recuerda los valores perennes que han hecho, hacen y harán las civilizaciones, y esto es lo que más necesita nuestra salud mental y las sociedades actuales, no consumir ideologías novedosas, sino reconocer las verdades permanentes. Los tiempos exigen terminar con este carnaval cultural, y aceptar, como ciudadanos responsables, el compromiso de evitar la caída de Occidente, y, una vez afirmados en nuestra tradición, dar el salto hacia nuestra realización.
Julio Ozán Lavoisier, diciembre 2025