El sabio refleja los hechos en su conciencia, el ignorante refleja su yo en los hechos.
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Éste libro es una filosofía del arte. En consideración al lector avisado, en particular si es un artista, quisiera adelantarle que filosofía del arte no quiere decir que, siguiendo el ejemplo de algunas filosofías, que han devenido modelos de este género, pretendo someter al arte a una “visión científica,” ni que he de establecer las normas que ha de seguir el arte en nombre de una pretendida ciencia superior. Nada de eso. Aquí la filosofía humildemente sólo quiere averiguar cuál es el origen del arte y destacar su importancia para despertar el interés del lector por estas manifestaciones del Espíritu. No es entonces mi intención construir con la razón una filosofía del arte, sino descubrir sus raíces y expresarlas; como hace el artista. Acepto como premisa el sentido etimológico y platónico de filosofía, que es amor por la sabiduría, y tengo el convencimiento de que el arte nace de ese amor y tiende, por lo mismo, a hacer los hombres más sabios. Esta convergencia espiritual hace natural una filosofía del arte. Así como la filosofía tiene por objetivo hacer los hombres más sabios y el de la moral es hacerlos más virtuosos, el objetivo del arte es hacernos más sensibles a la belleza y (espiritualmente) más bellos. Cada una de estas disciplinas tiene sus medios de expresión que transmiten su origen y conducen a un destino trascendente común.
Dicho de otro modo: Con filosofía del arte no quiero, de ningún modo, decir que pretendo llevar al arte a un mundo de abstracciones por medio de razones que nos alejan de lo real; nada de eso, más bien a la inversa, mi intención es traer la filosofía al mundo del arte. No la filosofía que hemos estado sufriendo los dos últimos siglos, tan lejos de sus raíces que han terminado por hacer estéril el árbol de la vida, ni el arte abstracto que ha seguido el mismo rumbo equivocado hacia la nada, sino el arte que nos acerca a nuestra raíces y nos hace revivir. Esta es una filosofía vital que quiere compartir con el arte la belleza del mundo. Creo que los buenos filósofos, que lamentablemente pertenecen al pasado, como los buenos artistas, se han inspirado en las mismas raíces. Creo que estos dos caudales de vida pueden sacarnos de este sopor cotidiano, de esta pesadilla doméstica en que nos ha sumido el mundo moderno compuesto de seres desalmados y cosas funcionales.
No es mi intención hacer una crítica del arte ni exponer una teoría del arte a cuyas ideas o conceptos el artista debe obedecer; siendo que éste debe obedecer sólo su inspiración y no a recetas externas. Por cierto, tengo mis ideas del arte que iré expresando a lo largo de esta obra. Prefiero hacerlo así de este modo dinámico precisamente para evitar condensarlo en recetas rígidas. Porque mi propósito no es reducir el arte a conceptos, sino despertar en lo posible el espíritu creativo del ser humano. Creo que el arte, el sentido estético del hombre, juega un papel decisivo en la evolución de nuestra especie.
Hablar sobre disciplinas del espíritu en épocas de decadencia espiritual, tiene muchas probabilidades de ser una tarea infructuosa. Varias razones concurren para que las expectativas sean poco optimistas, pero, precisamente es en estas épocas cuando dichas disciplinas son más necesarias, y siempre cabe la esperanza de que haya espíritus que sientan la necesidad de recurrir a ellas. La dificultad se agrava en estos tiempos porque las mismas disciplinas encargadas de mantener el espíritu despierto están adormecidas, por lo que cuando se recurre a ellas la experiencia es decepcionante; de ahí la necesidad de buscar en el pasado, de volver a las épocas en las que el espíritu estaba vivo y era creativo.
Es necesario que los espíritus alertas tomen conciencia de esta necesidad, pues en períodos de perigeo espiritual, que así los he llamado porque el espíritu está alejado o alienado de su centro luminoso, anda extraviado y, como el marino que ha perdido de vista el faro, navega sin rumbo. Es en este rumbo donde la filosofía cumple su papel en el escenario del arte. No diciéndole al artista cómo escribir, pintar o esculpir de una u otra manera, pues la filosofía no se ocupa de los particulares, que son propios del artista, sino recordándole su dimensión universal. Le indica una dirección, pero ésta no es angosta, es sólo ascendente, lo que lejos de coartar la producción artística, le abre un horizonte infinito. Tampoco se trata, en rigor, de que la filosofía sea la regenta, sino que cada una de las ciencias del espíritu se apoye en la otra, que vayan de la mano hacia un objetivo común, que no está en ellas mismas, sino en el ser humano, para que éste pueda cumplir su destino trascendente.
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