Quien no ha podido detener su mente sólo puede tener ideas de la realidad, no la experiencia directa de ella.

Seminario invitado por la embajada de India

Sala Borges, Galerías Pacífico, Buenos Aires, 2009.

India se encuentra actualmente entre dos corrientes, que han generado, a veces, alguna turbulencia: una, que quiere conservar su pasado, impregnado de espiritualidad, la otra, que tiende a olvidar o minimizar ese pasado, y se preocupa por el progreso económico, tomando como modelo a Occidente, al modo de Japón o China. Un claro ejemplo de esta última la encontramos en el Sr. Amartya Sen, quien con su libro The argumentative indian, pretende convertirse en abanderado de esta corriente, para lo cual llega a negar que haya habido una civilización hindú. Al Sr. Sen se le ha otorgado el Premio Nobel de economía y por ello es muy respetado y leído, pero ignora completamente lo que pueda ser una Filosofía de la Historia y el peligro que implica para una civilización el descuidar su tradición espiritual.

Para rectificar este error, quisiera hacer referencia a un principio básico de mi Filosofía de la Historia, que considero indispensable para entender la cultura y el espíritu de la India. Este principio sostiene que cada época mira el pasado con una perspectiva particular, que obedece a las creencias que están en boga en ese momento. Es decir que el pasado no es algo fijo, sino cambiable de acuerdo a la óptica del intérprete. Hoy en día se tiende a ver el proceso histórico como obedeciendo a leyes económicas; este principio, originalmente marxista, es aceptado hoy, con inquietante naturalidad, por el capitalismo y la mentalidad moderna en general. Ahora bien, ocurre que si aplicamos esta creencia, tan material y terrenal a la India, veremos su historia, cultura y espíritu totalmente desfigurados, pues el incentivo que ha inspirado a los hindúes es, fundamentalmente, de orden espiritual. El ejemplo más claro lo encontramos en la épica hindú, que no tiene nada que ver con las leyes económicas, y que pervive, sin embargo, en la mente y corazón de todos los hindúes.

No pocos miramos a India como reserva espiritual del Planeta, y temblamos ante la posibilidad de que se deje arrastrar por el materialismo a ultranza y despiadado que gobierna en Occidente. En este caso el mundo se quedaría sin refugio espiritual. Pues es seguro que si India se deja arrastrar por dicha corriente material a expensas de su tradición moral y religiosa que ha mantenido su estructura social, durante estos milenios, sufriría una catástrofe aún mayor que cualquiera de las invasiones que ha padecido en el pasado, porque su entera civilización estaría en juego.

Su desproporcionado y descontrolado crecimiento demográfico contribuiría necesariamente a agravar la situación. Catastrófico, en verdad, sería para India si reemplazara su sistema de castas en las que el conocimiento y las virtudes eran determinantes, por el sistema de castas, no declarado pero en vigor en Occidente, basado únicamente en diferencias económicas, que es el más bajo y humillante sistema social que ha padecido el hombre. Fatal sería para India caer en esta plutocracia y reemplazar sus las altas aspiraciones religiosas y sus los valores morales por los valores pecuniarios.

India no debe olvidar el Dharma, que ha sido el principal motor de su civilización. Tampoco debe hacerlo quien pretenda conocer esa cultura, pues India sin el Dharma es una figura irreconocible. Este Dharma es esencial porque está dirigido a mejorar y transformar al hombre intrínsicamente, substancialmente, realmente, porque mira al elemento humano que hace a la civilización.

Occidente ha olvidado ese elemento humano, ese crecimiento interno que es el que debe sustentar y dar sentido al crecimiento externo. Es de esperar que India no caiga en este olvido. Como supo hacerlo en el pasado debe lograr un equilibrio entre el crecimiento externo y el interno sin confundir los medios con los fines como ha hecho Occidente. Los hindúes supieron encontrar y expresar estos fines en sus excelsas filosofías: Sat-sit-ananda , esto es, Conocimiento, existencia plena y felicidad, son los altos ideales que han sostenido esa civilización. No estoy proponiendo una vuelta a un pasado irreversible, sino a sus fuentes de inspiración inagotables, a su filosofía perenne que supo producir períodos de notable creatividad.

Al pensar y hablar de mitos debemos cuidarnos de no caer en la perspectiva a que induce el cientificismo, que nos hace creer que lo único real es lo comprobable científicamente, lo que no es sino una barbaridad, pues toda la realidad espiritual, incluida la filosofía, la música y todas las artes, pasarían a ser inexistentes. Pues bien, si definimos al mito, como creo que corresponde, como «el arte (no la ciencia), de expresar concepciones religiosas y cosmológicas y arquetipos morales», nos encontraríamos de repente ante una tremenda realidad que pesa más en la conciencia que la realidad concreta.

Tenemos así que lo que importa del mito no es su existencia material, sino su vigencia en el alma como elemento inspirador y ejemplar, como instancia superior. Vivekananda, figura máxima del hinduismo moderno, llega a advertirnos que carece de importancia si el mismo Krishna existió o no, porque lo decisivo es su enseñanza plasmada en el Gita. Lo mismo, y con mayor razón, podríamos decir de los animales que encontramos en la épica hindú, cuyo valor y realidad consiste en su comportamiento ejemplar.

Al hindú no le cuesta nada entender esto, pues tanto el hinduismo como el budismo no están fundados en un sistema de creencias en realidades externas, sino en el propósito de conocer y mejorar la conciencia humana. De modo que estas doctrinas no necesitan de dogmas sino de experiencias personales. Radhakrishnan nos aclara este punto afirmando que el hinduismo no se define por una doctrina común, sino por una búsqueda común.

Ahora, si India se deja invadir por los nuevos mitos que esta época produce, como jugadores de fútbol o de cricket, y reemplaza con ellos a Rama, podemos empezar a preocuparnos de la suerte que corre la reserva espiritual del planeta. Que el inmenso y saturador aparato de Hollywood haya sido emulado por la India, comporta el preludio de un inminente miticidio.

Seminario invitado por la embajada de India
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